No podía atreverme a escribir un ensayo con un título que puede ser polémico y con un contenido sujeto a mucho que discutir sin antes recabar los hechos que me llevan finalmente a concluir que el cristianismo evangélico en nuestros días está promoviendo la corrupción del ciudadano. Mi última aventura por los cultos religiosos pasó por la iglesia evangélica. Aprendí mucho, ya que antes de esto, pase de ser un crítico dogmático plantado en su cultura familiar, a conocer el mundo y a tratar de entenderlo gracias a que mi espíritu crítico natural pudo más que mi pasividad. En la iglesia evangelista aprendí a orar de forma personal, a comprender que es una evidente salida para la pobredumbre de desconocer el espíritu humano, y que sus miembros promueven un tipo de bienestar comunitario muy próspero para el individuo. El pastor, ahora apóstol, que tuve oportunidad de escuchar y que incluso me caso con mi compañera de vida, era un hombre que, además de estudiar la Biblia y de usarla como fu
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